martes, 28 de septiembre de 2010

Subte

Bueno mentí, este no va a tener corrección. Lo hice hoy y no tengo ganas de corregir, me quiero ir a tocar la guitarra pero quiero dejarlo subido. Cualquier error avisen :D

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Sebastián relaja la mano y el brazo hasta dejar entrever un cartón de subte arrugado. Levanta la vista y lee para adentro "Sáenz peña". La línea A. Hace ya 7 años que es habitué de esa línea, apreta de nuevo el pase, como exorcizando viejos demonios que lo asaltan cuando mira para el lado de caballito a ver si viene el tren.

Cierra los ojos y trata de escuchar al saxofonista que esta en la otra punta del anden, como pidiéndole que lo saque de la rutina. La rutina, piensa, esa arma de doble filo, ese habito que hace que pequeños hombres logren grandes cosas a través del tiempo y que a su vez hace que las cortas vidas se vean homogéneas e insignificantes.

El saxo dejó de sonar, abre los ojos mira, el saxofonista se esta tomando agua de una botellita.

Todos los días una estación distinta, pero la botellita de agua cargada en casa, o bien en la boletería, es siempre la misma y lo acompaña desde que ella lo dejó. A modo de símbolo, piensa el, un algo real, mas real que un pensamiento, algo mas efímero que un instante, y algo mas abstracto y mas intimo que una foto.

La botella de la que tomo ella la noche que rompieron y la última vez que hicieron el amor. Se siente un poco patético, pero sabe que es temporal, sabe que tiene que estar preparado para cuando recupere los ánimos y la botella deje de ser prisión para ser basura.

Prisión, como un genio, condenado a satisfacer a sus amos eventuales que le dan un poco de ese aire de afuera de la botella y a veces una moneda o un billete de dos pesos, pero conciente de que no necesita mas que su voluntad para terminar con la condena. Se escucha el chirrido del tren.

Micaela suspira expresando el alivio de que por fin llega el tren. Hoy arribó tres minutos tarde, piensa en que tendría que haber salido más temprano y agarrar el subte anterior. Siempre que llega tarde piensa lo mismo, pero sabe que no va a dejar de acostarse tarde, no va a dejar que el trabajo además de todo le imponga también el horario de dormir.

Recuerda la niñez, cuando no le importaba nada más que jugar con sus hermanos y con su perro, o la adolescencia, cuando solo escuchaba música, salía con las amigas y solo estudiaba para los recuperatorios de diciembre.
Mira a un chico de unos veintipocos y piensa en la desdicha que le espera en poco tiempo al ingenuamente sonriente muchacho.

Pablo deja que la gente pase al tren y mientras se pone contento al escuchar el saxo que vuelve a sonar y le hace recordar esa tristeza que se fue. Niñez y adolescencia condenadas por su capacidad de soñar despierto, capacidad que atraía la burla constante, pero de la que el se sentía orgulloso. Estaba en una nueva etapa, estaba yendo a la facultad, cursando materias no muy divertidas, incluso perdida de tiempo, pero con un grupo de amigos, con un grupo de gente que sabe soñar despierta y que lo aprecia como es.

Suena la bocina, empuja tratando de entrar en la formación antes de que se cierre la puerta, agradeciendo al Dios que exista que la persona de adelante es mujer y que es francamente linda.

"Epa!" dice Felicitas girando en redondo y perdiendo el enojo al ver que el que la apretaba no tenia mas opciones que empujar, era lindo y tenía aspecto tierno. Desdibujo la mueca, bajó la mirada y siguió leyendo.

Era la tercera vez que leía Demian, pensaba, tratando de recuperar la concentración que se disolvía en viejas anotaciones y las cicatrices de la contratapa.

Hesse buscaba su propio camino a la felicidad, su propia religión. Eso hacia que se sienta unida a El, eso, y el espíritu callejero propio de Demian.

Demian sería un lindo nombre para un hijo, aunque le faltaba conocer a alguien con quien quiera tener hijos, pensaba mientras miraba a un chico de unos 8 años.

Damián estaba feliz de estar yendo al colegio. Sabía que después de aburrirse un rato en la clase llegaba el recreo y que iba a poder salir a jugar a la pelota con los compañeros con una latita o alguna pelota improvisada (no le dejaban llevar pelotas al colegio).

Miró para arriba, vio el mundo adulto y se acongojó. Caras largas por todos lados. No le gustaba nada pensar en crecer, tenía miedo de ser así.

Sebastián, que estaba ya en el medio del subte, abre los ojos grandes y se sonríe primero hacia adentro, luego muestra una sonrisa enorme y después se rie en alto. Se había percatado de que el entendimiento de nada era tan importante como para interponerse entre el y su felicidad. La gente lo miraba, algunos consternados, inconscientemente envidiosos de su sonrisa, otros en cambio, sonrientes.

Baja del subte y corre dando saltitos y silbando fuerte, como queriendo despertar a alguien, y encara hacia la salida por la que entra mas sol.

Sísifa

El taladro percute contra la pared que da al departamento de al lado. La mujer en la cama abre los ojos, y mira el reloj del dormitorio “¡Las seis de la mañana!”. Se abre la puerta del cuarto de golpe.
La mujer se tambalea y despereza mientras camina hacia la puerta del baño. Entra y abre la ducha. Se saca el pijama, lo tira frente a la puerta; se saca la ropa interior y la tira en la ducha. Camina desnuda hasta la cocina, corta tres rodajas de pan, las pone sobre la tostadora, llena media pava. Pone todo a fuego mínimo.

El taladro arremete contra la pared nuevamente. Da una patada contra el piso.
Camina hacia el baño nuevamente. Al pasar frente a un marco se detiene y lee en voz alta: “Licenciada Fernanda Samarino - 2005”. Se ríe con dejo de amargura y sigue caminando. En el baño, desempaña el espejo para luego mirarse, acaricia la cara de su reflejo dejando caer algunas lágrimas, cierra los ojos y finalmente se mete en la ducha.

Se aplica el shampoo, como indica el envase. Mientras espera el tiempo de efecto se enjabona, primero la pierna izquierda, pasando por la entrepierna hasta llegar al brazo izquierdo; luego el lado derecho en el mismo orden, y por ultimo torso y cuello. Descuelga el cepillo para la espalda, lo enjabona y lo frota de forma circular por la espalda tres, cuatro, cinco veces. El taladro se escucha con menos intensidad bajo la ducha. Se enjuaga de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Se aplica la crema de enjuague como indica el envase. Mientras espera nuevamente por el efecto, levanta la ropa interior y la enjabona con un ya deteriorado jabón blanco, frega un rato cada prenda, la deja de lado, se enjuaga el pelo y luego la ropa. Cierra la ducha. Cuelga la ropa interior en el caño de la cortina. Se sacude el agua que puede con las manos, extiende el brazo derecho, agarra la toalla y se seca la parte superior dentro de la ducha. Sale, se seca las piernas y los pies, y luego el pelo.

Sale del baño y va a la cocina. Las tostadas están un poco quemadas de un lado, así que las da vuelta. La pava esta hirviendo. El taladro, esta vez con un sonido más grave. Tiembla casi imperceptiblemente el adorno de la pared. Apaga el fuego, toma la primera taza de la despensa y sirve dos cucharaditas y media de café. Estaba por servir agua caliente, se irrita, reprime una lágrima, golpea con el puño la mesa y le pone una cucharadita de azúcar. Revuelve el café, le pone leche y luego agua.
Saca los panes de la tostadora y los pone en una bandeja, pone la taza llena, el platito, una cuchara, un cuchillo serrucho, la manteca y el dulce en una panera, y lleva todo a la habitación.
El taladro recupera su sonido anterior. Una arremetida larga.
Coloca el desayuno sobre la cama y se sienta en el piso. Empieza a untar una tostada: primero el dulce con el cuchillo serrucho y encima la manteca con la cucharita.
Toma un sorbo de café y dice “qué feo que es el café dulce”. Luego come una tostada.
La siguiente tostada la arma con manteca primero, untada con cuchillo serrucho y encima dos cucharadas de café con leche.
Antes de terminar la segunda tostada, va hacia la biblioteca y agarra una carpeta y una agenda. Vuelve a sentarse en el suelo y abre la agenda. Busca el día de la fecha en la agenda, que comparte hoja con el día anterior mientras que la siguiente hoja tiene los dos días posteriores. Bastante variados unos días de otros, se irrita nuevamente y cierra la agenda que deja leer en la tapa Dr. R. Justo. Hermanos Justo abogados. “Cómo me gustaría tener una agenda tan variada… Quién mierda me mandó a trabajar de secretaria”. El taladro suena esta vez agudo y chillón. Trata de reprimir, sin poder, unas cuantas lagrimas, cierra los ojos fuertemente, se muerde el labio con el colmillo izquierdo hasta sangrarlo. La agenda queda manchada con una gota de sangre, la aparta y rompe en llanto. Se abraza a sus rodillas.


Luego de quince minutos el llanto cesa, se seca la cara con la sábana. Levanta los ojos hacia el reloj del cuarto: “Ocho menos cuarto… al menos no termine de llorar a la misma hora que ayer.” Ríe.

Cierra los ojos, apreta las últimas lágrimas, se levanta con el cuchillo en la mano, saca la sabana de la cama, la hace un bollo y la pone bajo el brazo. Agarra el celular de la mesita de luz, lo guarda en el bolsillo de la camisa, se mete en el baño y cierra con traba.

“Me cansé de esto, hoy no voy a la oficina.”
“No, no voy, decile a Ramón que si quiere su agenda que la pase a buscar”
“¡No me importa!”

Se escucha un estrepitoso estallido de vidrio. Se escucha un grito que se transforma en llanto y se convierte paulatinamente en una risa trabada que finalmente se va apagando.

Nada conmueve ahora el departamento. Nada se mueve, nada se escucha, solo queda el olor a tostadas frías y a café de hace un rato.

El taladro percute con su sonido usual en intervalos cortos.

El reloj marca las ocho y cuarto.


El reloj marca las diez.

La puerta del baño se abre lentamente. Se entrevé un celular roto, pedazos de espejo por todo el piso, una sábana en la bañera, cáscara de manzana y un cuchillo al lado del envase de shampoo.
Sale del baño, agarra la cartera, saca la billetera, de donde saca una tarjeta de crédito. Guarda todo nuevamente, se acerca al teléfono.

“Hola, sí, quería pedir un taxi”
“Destino, sí, el shopping de Palermo”
“15 minutos. Bárbaro, muchas gracias.”

Se acomoda la ropa, el pelo. Se cuelga la cartera, agarra una carpeta que tiene una etiqueta que dice “CV - Títulos.”. Sonríe. Sale del departamento.

El reloj marca las diez y veinte.

El taladro dejó de sonar hace una hora.

Presentación

Este es el segundo blog que abro en 2 días. Y pronto voy a abrir un tercero con un amigo que va a ser dedicado a programación.

Este blog igualmente va a estar probablemente menos actualizado por que tiene que haber inspiración y una mínima corrección así que cada entrada tarda mas.