martes, 28 de septiembre de 2010

Sísifa

El taladro percute contra la pared que da al departamento de al lado. La mujer en la cama abre los ojos, y mira el reloj del dormitorio “¡Las seis de la mañana!”. Se abre la puerta del cuarto de golpe.
La mujer se tambalea y despereza mientras camina hacia la puerta del baño. Entra y abre la ducha. Se saca el pijama, lo tira frente a la puerta; se saca la ropa interior y la tira en la ducha. Camina desnuda hasta la cocina, corta tres rodajas de pan, las pone sobre la tostadora, llena media pava. Pone todo a fuego mínimo.

El taladro arremete contra la pared nuevamente. Da una patada contra el piso.
Camina hacia el baño nuevamente. Al pasar frente a un marco se detiene y lee en voz alta: “Licenciada Fernanda Samarino - 2005”. Se ríe con dejo de amargura y sigue caminando. En el baño, desempaña el espejo para luego mirarse, acaricia la cara de su reflejo dejando caer algunas lágrimas, cierra los ojos y finalmente se mete en la ducha.

Se aplica el shampoo, como indica el envase. Mientras espera el tiempo de efecto se enjabona, primero la pierna izquierda, pasando por la entrepierna hasta llegar al brazo izquierdo; luego el lado derecho en el mismo orden, y por ultimo torso y cuello. Descuelga el cepillo para la espalda, lo enjabona y lo frota de forma circular por la espalda tres, cuatro, cinco veces. El taladro se escucha con menos intensidad bajo la ducha. Se enjuaga de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Se aplica la crema de enjuague como indica el envase. Mientras espera nuevamente por el efecto, levanta la ropa interior y la enjabona con un ya deteriorado jabón blanco, frega un rato cada prenda, la deja de lado, se enjuaga el pelo y luego la ropa. Cierra la ducha. Cuelga la ropa interior en el caño de la cortina. Se sacude el agua que puede con las manos, extiende el brazo derecho, agarra la toalla y se seca la parte superior dentro de la ducha. Sale, se seca las piernas y los pies, y luego el pelo.

Sale del baño y va a la cocina. Las tostadas están un poco quemadas de un lado, así que las da vuelta. La pava esta hirviendo. El taladro, esta vez con un sonido más grave. Tiembla casi imperceptiblemente el adorno de la pared. Apaga el fuego, toma la primera taza de la despensa y sirve dos cucharaditas y media de café. Estaba por servir agua caliente, se irrita, reprime una lágrima, golpea con el puño la mesa y le pone una cucharadita de azúcar. Revuelve el café, le pone leche y luego agua.
Saca los panes de la tostadora y los pone en una bandeja, pone la taza llena, el platito, una cuchara, un cuchillo serrucho, la manteca y el dulce en una panera, y lleva todo a la habitación.
El taladro recupera su sonido anterior. Una arremetida larga.
Coloca el desayuno sobre la cama y se sienta en el piso. Empieza a untar una tostada: primero el dulce con el cuchillo serrucho y encima la manteca con la cucharita.
Toma un sorbo de café y dice “qué feo que es el café dulce”. Luego come una tostada.
La siguiente tostada la arma con manteca primero, untada con cuchillo serrucho y encima dos cucharadas de café con leche.
Antes de terminar la segunda tostada, va hacia la biblioteca y agarra una carpeta y una agenda. Vuelve a sentarse en el suelo y abre la agenda. Busca el día de la fecha en la agenda, que comparte hoja con el día anterior mientras que la siguiente hoja tiene los dos días posteriores. Bastante variados unos días de otros, se irrita nuevamente y cierra la agenda que deja leer en la tapa Dr. R. Justo. Hermanos Justo abogados. “Cómo me gustaría tener una agenda tan variada… Quién mierda me mandó a trabajar de secretaria”. El taladro suena esta vez agudo y chillón. Trata de reprimir, sin poder, unas cuantas lagrimas, cierra los ojos fuertemente, se muerde el labio con el colmillo izquierdo hasta sangrarlo. La agenda queda manchada con una gota de sangre, la aparta y rompe en llanto. Se abraza a sus rodillas.


Luego de quince minutos el llanto cesa, se seca la cara con la sábana. Levanta los ojos hacia el reloj del cuarto: “Ocho menos cuarto… al menos no termine de llorar a la misma hora que ayer.” Ríe.

Cierra los ojos, apreta las últimas lágrimas, se levanta con el cuchillo en la mano, saca la sabana de la cama, la hace un bollo y la pone bajo el brazo. Agarra el celular de la mesita de luz, lo guarda en el bolsillo de la camisa, se mete en el baño y cierra con traba.

“Me cansé de esto, hoy no voy a la oficina.”
“No, no voy, decile a Ramón que si quiere su agenda que la pase a buscar”
“¡No me importa!”

Se escucha un estrepitoso estallido de vidrio. Se escucha un grito que se transforma en llanto y se convierte paulatinamente en una risa trabada que finalmente se va apagando.

Nada conmueve ahora el departamento. Nada se mueve, nada se escucha, solo queda el olor a tostadas frías y a café de hace un rato.

El taladro percute con su sonido usual en intervalos cortos.

El reloj marca las ocho y cuarto.


El reloj marca las diez.

La puerta del baño se abre lentamente. Se entrevé un celular roto, pedazos de espejo por todo el piso, una sábana en la bañera, cáscara de manzana y un cuchillo al lado del envase de shampoo.
Sale del baño, agarra la cartera, saca la billetera, de donde saca una tarjeta de crédito. Guarda todo nuevamente, se acerca al teléfono.

“Hola, sí, quería pedir un taxi”
“Destino, sí, el shopping de Palermo”
“15 minutos. Bárbaro, muchas gracias.”

Se acomoda la ropa, el pelo. Se cuelga la cartera, agarra una carpeta que tiene una etiqueta que dice “CV - Títulos.”. Sonríe. Sale del departamento.

El reloj marca las diez y veinte.

El taladro dejó de sonar hace una hora.

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