miércoles, 25 de julio de 2012

Recuerdos de mi muerte


    Era una hermoso atardecer a fines de verano.
    Las pocas nubes brillaban doradas sobre el cielo que manchaba de sangre el seco paisaje.
El profundo silencio dejaba escuchar las volutas de vapor que trepaban por el aire distorsionándolo todo.

    Ese aire con gusto a fuego, ese fuego que lleva todo al principio, que lleva todo a la nada.
Entre el sol mortecino y la tenue luna se colaban los crepitantes sonidos de llamas. Llamas hambrientas, ávidas de existencia. Llamas que reclamaban para el suelo mi tierra y para mi tierra mi esencia.

    Se fundían mi corazón y mi mente, trayendo, finalmente, la tregua entre mi cuerpo y mi espíritu. Salvándome así de llegar al cielo, salvándome así de quedar en la tierra. Entregándome por completo a la ceniza, entregando mi esencia al todo, existiendo solo para acariciar en el agua, sentir en la tierra y susurrar en el viento.
   
    Solo existe en mi, ahora, la máxima que rigió mi existencia “Que la muerte te encuentre siguiendo tus sueños, que es la única forma en que la vida tiene sentido”.



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